En la línea de secciones ya publicadas en el Blog del tipo
“Como hacer un corto y no morir en el intento”, o las anécdotas sobre como
“montar un cine de verano en la sierra”, quiero empezar a contar historias del
cotidiano, pero que por su rareza o peculiaridad nos pueden servir para pasar
un rato esbozando una sonrisilla.
A veces las historias de la vida diaria se pueden usar como
el argumento de una película.
Para comenzar voy a contar una historia que se podía
titular:
El perro, los vecinos, la
terraza y el pastel.
El perro.
Me encuentro en mi
casa con el portátil, con la típica ropa que se tiene un día caluroso, es decir
un pantalón corto y una camiseta de esas que te resistes a tirar aunque tienes
otras muchas mejores.
Todo parece normal hasta que de repente mis ojos ven pasar
por detrás del portátil a un perro.
Esto sería normal si tuviese perro, pero no lo tengo, me
hubiera gustado que fotografiasen mi cara, porque tarde en reaccionar, mi mente
no procesaba esa situación porque no se podía dar. Supongo que será como ver un
pingüino en Africa entre los leones.
De repente después del sock empiezo a reaccionar y llamo a
mi compañera de piso, que se encontraba en otra habitación y le comento lo
sucedido.
Empezamos a atar cabos:
1.
El perro ha tenido que entrar por la terraza.
2.
Se habrá colado por debajo de la mediana que
separa ambas terrazas y será del vecino.
3.
Decidimos ir a ver a los vecinos.
Abrimos la puerta y el perro acojonado sube escaleras
arribas como un loco y nuestra puerta debido a la corriente se cierra.
Así que nos encontramos en la calle con pintas de andar por
casa y el culpable un perro perdido por los pisos de arriba.
Los vecinos.
Llamamos a la puerta de los vecinos, que apenas conocíamos
porque acababan de llegar, y le formulamos la preguntita:
¿Tenéis perro?
Los vecinos nos miran, se miran y nos deciden NO, aunque al
final comentan que les han dejado un perro unos amigos para cuidarlo unos días.
Después de explicar toda extraña situación y conseguir mi
compañera de piso localizar al perrito en la sexta planta, nos surge la
siguiente aventura como podemos entrar en nuestra casa.
La terraza.
Se nos ocurre que hagamos el mismo camino del perro y que a
través de la terraza del vecino me cuele por debajo del muro para llegar a
nuestra terraza.
Ya estoy tumbado en la terraza del vecino, con unas
pintorras que tiro pa tras, empiezo a meter la cabeza con bastante dificultad
pero cuando llego al pecho me quedo un poco atascado. Me empecé a poner
nervioso, porque la situación se las traía, las opciones eran que los vecinos
me cogiesen de los pies para abortar el plan, o que me intentasen empujar un
poco más. Era angustioso ver el muro encima de mi, empiezas a pensar y si se me
cae encima.
Finalmente conseguí pasar a mi terraza con algún que otro
raspón.
Y fin de la historia esa tarde nos íbamos para la sierra y
en el coche nos reíamos comentando la jugada...aunque aún faltaba algo.
El pastel.
Mi compañera ya estando en carretera, comenta que se le
había olvidado decir que cuando cogió el perro de la sexta planta, posiblemente
debido a los nervios del animalito, puso un pino delante de la puerta de un
vecino del sexto. Supongo que el vecino del sexto al salir pisaría el pastel...en
fin dicen que da buena suerte.
The end
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